jueves, 31 de octubre de 2019

MIGUEL DELIBES


MIGUEL DELIBES



Miguel Delibes Setién (Valladolid, 17 de octubre de 19201​-ibidem, 12 de marzo de 2010)2​ fue un novelista español y miembro de la Real Academia Española desde 1975 hasta su muerte, ocupando la silla «e».3​ Licenciado en Comercio, comenzó su carrera como dibujante de caricaturas,4​ columnista y posterior periodista de El Norte de Castilla, diario que llegó a dirigir, para pasar de forma gradual a dedicarse enteramente a la novela.

Gran conocedor de la fauna y flora de su entorno geográfico, apasionado de la caza y del mundo rural, supo plasmar en sus obras todo lo relativo a Castilla y a la caza.

Se trata de una de las primeras figuras de la literatura española posterior a la Guerra Civil, por lo cual fue reconocido con multitud de galardones; pero su influencia va aún más allá, ya que varias de sus obras han sido adaptadas al teatro o se han llevado al cine, siendo premiadas en certámenes como el Festival de Cannes.

La muerte de su mujer en 1974 le marcó profundamente y en 1998 padeció un cáncer de colon, del que nunca llegó a recuperarse completamente.


En la obra de Miguel Delibes hay un compromiso ético con los valores humanos, con la autenticidad y con la justicia social. Fue un escritor fiel a sus ideas y a su tierra castellana. La preocupación por las consecuencias negativas del progreso para la naturaleza y el hombre, por Castilla y la situación del campo castellano y por la dignidad y la libertad humanas son el eje principal de sus obras. La naturaleza, el campo y el ambiente rural aparecen en primer plano en El camino, Las ratas, Viejas historias de Castilla la Vieja, La caza de la perdiz roja, El libro de la caza menor, Diario de un cazador o El disputado voto del señor Cayo.

A Miguel Delibes se le ha censurado que estuviera contra el progreso, pero él mismo discrepaba de quienes le veían como un autor que alaba «la aldea» y desprecia «la corte»: a lo que él se oponía es a la deshumanización y falsedad que genera la vida en la gran ciudad. Según decía él mismo: «Cuando escribí mi novela El camino, donde un muchachito, Daniel el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel el Mochuelo era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional».47​

La postura de Delibes no era en contra del progreso en general, sino contra el modelo elegido, es decir, contra el progreso devastador que sacrifica todo lo humano en aras del consumo: «Es la civilización del consumo en estado puro, de la incesante renovación de los objetos —en buena parte, innecesarios— y, en consecuencia, del desperdicio».47​ Para él, el nuevo orden socioeconómico está generando un modo de alienación poderosísimo. En los grandes centros urbanos se levantan gigantescas torres-colmenas en las que viven apiñados estos nuevos hombres, que han perdido todo rasgo individualizador. «El hombre, de esta manera, se despersonaliza y las comunidades degeneran en unas masas amorfas, sumisas, fácilmente controlables desde el poder concentrado en unas pocas manos». Pero no idealiza la vida de los pueblos y aldeas castellanas para esgrimir como arma en contra del progreso, sino que censura sus carencias, urgiendo a quien corresponda para que dote de servicios y equipamientos al campo. «Hoy nadie quiere parar en los pueblos porque los pueblos son el símbolo de la estrechez, el abandono y la miseria».47​

En sus obras reivindica que nuestras raíces están en la cultura rural y que, hoy por hoy, los reductos de integridad y autenticidad están en el campo. «Pero el hombre, nos guste o no, tiene sus raíces en la Naturaleza y al desarraigarse con el señuelo de la técnica, lo hemos despojado de su esencia».47​ Sostiene que, en la antigua estructura rural, el hombre estaba dedicado a tareas mucho más humanas, lejos de la masificación ciudadana, manteniendo sus rasgos individualizadores y ostentando una personalidad irrepetible. «...mis personajes se resisten, rechazan la masificación. Al presentarles la dualidad Técnica-Naturaleza como dilema, optan resueltamente por ésta que es, quizá, la última oportunidad de optar por el humanismo. Se trata de seres primarios, elementales, pero que no abdican de su humanidad; se niegan a cortar las raíces. A la sociedad gregaria que les incita, ellos oponen un terco individualismo».47​ En el señor Cayo, su personaje, un anciano a punto de cumplir ochenta y tres años, quedan representados los valores culturales de esa tradición milenaria que se encuentra en trance de desaparecer. El disputado voto del señor Cayo es una elegía dolorida ante la desaparición de la cultura rural en España, creada a través de los siglos, y que, en poco tiempo, ha sido barrida y sustituida por la industrial: «Hemos matado la cultura campesina pero no la hemos sustituido por nada, al menos, por nada noble»​